jueves, marzo 03, 2011

El ejercicio de prevenir la violencia

Guatemala ha participado históricamente en un proceso hilvanado a pausas por diversas circunstancias y actores que han decidido serlo, a veces por herencia cuasi genética heredada por sus padres conquistadores, a veces por el oportunismo devenido de la fractura oligárquica en la que “advenedizos” se han incorporado a la estructura de poder, control y disfrute de la riqueza como nuevos rico, nuevos privilegiados, nuevos apellidos sumados a las poquísimas “familias” nacionales. Dejo claro que esta estructura ha funcionado repetidas veces dentro del grupo denominado ladino (no indígena). Ya dentro de ese otro grupo mayoritario poblacionalmente se ha generado su propio acomodamiento, igualmente explotado y explotador con su propia gente, con solamente algunas actuaciones dentro de ese otro mundo guatemalteco. Esto es parte de lo que es necesario conocer para poder comprender la violencia del guatemalteco.
Momentos explosivos que confunden a las nuevas generaciones y que no entienden como sucede, pero lo comprenden en el momento que se ven envueltos y sometidos a eventos igualmente históricos, es ahí donde se de pronto se asume esa parte idiosincrática del guatemalteco, resistente, aguantador, pasivo, indiferente hasta que a su puerta llega el detonante de su explosividad, de su violencia concentrada; entonces lincha, toma calles, carreteras, prende fuego a lo que se ponga enfrente, su furia se acrecienta ávidamente por la fuerza del grupo; de la suma de frustraciones. Entonces dice ¡no más! Pero pronto se van escapando uno a uno los participantes, van tomando conciencia de su pérdida de control y ven como sus manos están manchadas de hollín, gasolina, pólvora y sangre.
La fuerza de las hormonas liberadas en su torrente sanguíneo empieza a mermar y se agazapa de nuevo con cierto dejo de amnesia, con una fuerte conciencia que trata de ocultarse en la fantasía, que busca esconder la realidad de su ímpetu violento, de su protagonismo criminal. Corre, se esconde, busca refugio en donde puede, frecuentemente en lo mismo, en ese mismo espacio de donde salió empujado por haberse hartado de ahondar y agudizar su frustración. Todo ha vuelto a la calma y ya somos los amables, cordiales y amigables guatemaltecos; por algo escogen los destinos turísticos, la hotelería, porque somos muy amables, serviciales, dóciles.
La historia de golpes nos transforma el rostro, la vos, el grito y la presencia misma ante nuestros hostigadores criminales que con manos blancas y benditas en oficio dominical retoman el fuete y con energía vuelven a lo mismo, al final ya se desahogaron y esto es parte del costo de mantener las cosas como deben ser; para lo que hemos sido educados unos y otros.
Ahora revisamos el presente y nos encontramos con más de lo mismo, con explicaciones tan enredadas o poco creíbles, no porque no lo sean, sino porque poco haremos por animarnos a implementarlas, tenemos tan poco tiempo para pensar, para estudiar, para informarnos del fenómeno que solamente actuamos silentes como “buenos” ciudadanos como el sistema nos lo demanda y con algunos “episodios” de violencia que nos hacen satisfacer la sensación de pertenencia a una sociedad pero inmediatamente señalados como los perfectos pecadores, tribales, animales o bárbaros; de eso estamos seguros. Todo lo contrario del comercio turístico y en esa polarización está la imagen perfecta de lo que trasladamos como imagen a nosotros mismos y a los demás.
Como tomamos conciencia que somos, igual que la violencia, cíclicos en su estado alto, vemos avergonzados como repetimos la historia, como seguimos actuando de la misma forma, como reaccionamos emotivos de necesidad mesiánica y con vergüenza descubrir que muchas cosas que antes se hacían mejor, hoy las hacemos peor, que nos sumamos a la complejidad del problema y liberamos niebla para encubrir nuestra propia obligación de actuar, de participar, de activar como corresponsables de los fenómenos sociales; es bueno recordar que no se dan solos y que son producto del invento humano llamado “sociedad” que interactuamos en ella y que no hay otra forma de mejorar esta propuesta de convivencia que repensándola para entornos evolucionados, que nos diferencien aun más de una condición barbárica y nos acerquen más a una condición sublime; condición a la que pareciera le tememos aunque en el día a día la promulguemos en las actividades fideístas y siempre busquemos hacia afuera que se resuelva, recreamos a cada dios con el fin de allanarnos el camino a ese estado mítico al que en el fondo aspiramos.
Encontramos la oportunidad de subyugar a otro, de “joderlo” porque toda la vida nos han “fregado” a nosotros y en la primera oportunidad nos “empoderamos” del uniforme, del puesto o la oportunidad y sufrimos un ataque de amnesia y nos creemos la paranoia de que ya nacimos así y hasta en sádicos nos convertimos, disfrutamos de “ejercer el poder” y de inmediato nos convertimos en tiranos y los de siempre nos encumbran y luego nos hacen ver mostrándonos todas nuestras actitudes prepotentes y abusivas que esta situación ha generado concluyendo que no tenemos sangre noble, carácter de líder que esos violentadores de nuestra historia si dicen tener, ellos nacieron y son educados para dirigir nuestra historia y nosotros piezas para tapizar de cuerpos muertos o deambulantes el corredor histórico de la patria.
La angustia de la propuesta para la respuesta mágica, externa, paternal/maternal esperando que el “Estado” resuelva, haga las cosas que debemos hacer todos individualmente. Asumir la responsabilidad que nos corresponde, encarar con dignidad el compromiso colectivo de encontrar al otro en nosotros mismos, hacer vida la alteridad, reducir la individualidad protagónica, mezquina, egoísta, solitaria y terriblemente peligrosa porque el otro no se siente como parte mía sino solo para mis intereses egoístas.
La respuesta quizá esté en compromisos éticos y en acciones valorativas apegadas a un renovado contrato social en donde el individuo se agrega a los procesos crecientes de una cultura de no violencia. Esto al igual que otras propuestas suena lejano, si, lejano en cuanto a tener o no el interés por iniciar con uno mismo, seguir en la familia y luego trasladar esos patrones a la calle, al trabajo y a la práctica de gobierno. Un proceso largo quizá pero retrasado desde hace décadas porque los que lo empiezan son absorbidos por un aparato que vive de la violencia y que no logra ser permeado por esa cultura de no violencia que subyace a la cultura violenta.
Discutir el tema a todo nivel, la familia, la escuela, los grupos comunitarios, hacerlo visible, animarnos a colocarlo en la portada de la posibilidad de creer que podemos construir otra realidad, aprender a vivir de otra manera, deconstruir los patrones de violencia que con explicación biológica se han trasladado de una generación a otra, no hemos tenido la oportunidad de conocernos como comunes de una cultura no violenta. Hemos llegado al punto de “normalizar” la anormalidad, de privilegiar la ética violenta ante la pacífica.
Aprender a distinguir de la ideas a las personas, buscar diferencias o puntos de encuentro, que nos hace más o menos comunes o que compartimos más y que nos permitiría allanar las crestas de las filosas diferencias, que haría superar la brechas, las trincheras.
Corresponde aquí compartir una pequeña escena de la segunda guerra mundial en la que un soldado aliado en su avance llega a una trinchera y se encuentra frente a una alemán y corriendo sale de la trampa, luego al paso de los días se encuentran en una campo de prisioneros y uno le pregunta al otro ¿Por qué no disparaste en la trinchera? Y el otro responde estabas muy cerca. A lo lejos puedes ver a cualquier enemigo y acabar con él de cerca necesitarías estas enajenado o drogado para poder actuar en contra de él. Estando cerca el uno del otro nos permite conocernos, ser empáticos y armoniosos.
La práctica de la cultura de paz, no debe ser más que eso, una práctica que permita actuar autónomamente, en forma natural y no ver los procesos de acompañamiento para desvanecer los conflictos como algo externo, como una fórmula que hay que aplicar… no, simplemente vivir la cultura de paz.
Ser responsable con el otro desde el rol que me toca asumir dentro de la construcción de la cultura de paz, estoy consciente que el poder de mi posición puede convertirme en el hostigador al cual deseaba neutralizar, si actúo de la misma forma no habré aprendido y por ende no podré perpetuar ese aprendizaje e incluirlo en la normalidad de interacciones sociales.
Buscando establecer una pausa en la reflexión, y de ninguna forma un punto y final, la construcción de una identidad nacional, sin caer en nacionalismos, en la que parte de sus componentes esenciales sea la cultura de paz como valor integral, de ninguna manera darle lugar al pensamiento que genera condiciones excluyentes y muy sensibles que repiensen al ciudadano como ocupante temporal de un terruño que es en realidad el solar que junto a otros elementos da la posibilidad de realizarse como una persona en toda su extensión, enamorarnos de la cultura nacional de paz a la cual nos hemos decidido abrasar, compartirla, hacerla común, degustarla agradablemente. Que me de cobijo, que sea el refugio que me da certeza, que le entrega realidad a la práctica de mi ciudadanía, compartido todo ello por mi familia, mi comunidad, mi nación. Y yo-tu protagónico y responsable en todo el proceso.