lunes, noviembre 17, 2008

Está de moda la violencia en Guatemala…

Y en otras naciones del mundo, pero comparto mi visión desde acá, desde “El País de la Eterna Primavera”. Por todos lados aparecen expresiones de distinta clase en contra de la violencia. Títulos exhortativos, impulsivos, apasionados y hasta “violentos” que buscan motivar e impeler ganas, energía y convicción para detener la violencia desmedida y bestializante en la que vivimos ya cotidianamente en nuestro país. Esta experiencia solamente se puede comparar con otros momentos climáticos de la humanidad y de nuestra historia particular; pero que ahora, abarca como reguero de pólvora encendido por pasiones consumistas, pero sobre todo de poder para “poder tener”, “para poder ser” a la usanza de las nuevas corrientes económicas e interpretaciones desarrollistas. Estos motores nos empujan a movernos, aquí sí, en forma sostenida por veredas que no hemos abandonado (voluntaria o no) desde ya hace muchos siglos. Nosotros no hemos conocido la No Violencia, la Cultura de Paz. No sabemos que es “eso”, no sabemos a que sabe. Es de forma segura una apreciación y sobre todo una vivencia no registrada en nuestra memoria con tamices ya ancestrales. Ni mis padres, ni yo, ni mis hijas e hijo conocemos otra historia, otro titular en Guatemala.
Los títulos expuestos piden a gritos respuestas cortas e inmediatas, buscarán acaso en la desesperación angustiosa de las una bomba al estilo Hiroshima o Nagasaki; de un nuevo holocausto al estilo nazi, un Lesoto, un Uganda, etc, etc, etc. Como si no viniéramos de una guerra interna que dejó miles de muertos y desaparecidos sin alcanzar lo que unos pretendían y otros evitaban. Ideas, ideas, ideas. Buscamos respuestas reactivas, mágicas, “express”, a la carta; y casi de inmediato expresamos que nadie hace nada, invalidamos al vecino, al amigo, al compañero; seguimos esperando las respuestas de fuera, las que vienen del mundo mágico de nuestra impotencia, de nuestra dependencia. Opciones totalmente alejadas de nuestro total compromiso con uno mismo y de ahí con los demás y con la solución. Con ello seguimos sin encontrar la reducción total o por lo menos de la disminución a los límites “naturales” “controlables” de lo que implica la vida en sociedad y de nuestra real exposición orgánica a la morbilidad, factores que no podremos controlar en el corto, mediano ni largo plazo, sin dejar de pensar al ser humano en otra esfera que no alcanzamos a definir aun y que solamente se negocian supuestos fideístas que en esta esfera lo único que generan es más violencia.
Se nos olvida frecuentemente la naturaleza holística del fenómeno desbordado que como riada no reconoce límites más que los de su propia naturaleza que por no acabar de entender estamos en esto. Pedimos respuestas, nos urgen respuestas, pero se nos olvida que si bien se requiere de respuestas inmediatas tenemos que construir esa otra forma de vivir, tenemos que desaprender lo que hasta ahora son patrones idiosincráticos de nuestra identidad como pueblo. Esos elementos que nos cohartan, que nos reprimen como verdaderos ciudadanos y que los otros que no los tienen los usan en nuestra contra, han aprendido a alejarnos de las cosechas de la vida en no violencia con el conocimiento y poder escondido en el espantapájaros del terror, de la violencia, del control y al final la sumisión. Nuestros lobos nuestras hienas…
Tenemos miedo de todo y con ello perdemos todo, hasta la vida. Nos convertimos en prisioneros de nuestros miedos; desarrollamos variadas patologías como el síndrome de Estocolmo, la co-dependencia o la Indefensión en nombre de la sobrevivencia, queriendo pasar desapercibidos en esta vida dejamos tirada por toda su huella, sin sazones, amarguras y frustraciones, sueños perdidos. Seguimos encadenados a la estaca sin intentar siquiera arrancarla y marcharnos hacia la ruta que nos haga disfrutar de otro estilo de vida menos azaroso que la de nosotros los sobrevivientes de Guatemala.